Los ecuatorianos estamos acostumbrados a elegir presidente y asambleístas cada cuatro años, parece que nos acostumbramos y cuestionamos muy poco el rol de una elección popular. La mayoría desconoce cómo está compuesto el Estado y qué diablos hace la Asamblea Nacional. Sabemos muy poco cómo funciona el país, pero pensamos que llegará un nuevo salvador para sacarnos adelante, por eso nos obnubilan con propaganda y nos da pereza debatir las verdaderas propuestas de campaña. Ponemos a alguien al mando, luego lo despreciamos, mentimos que siempre los cuestionamos, pero la verdad, es que no nos hacemos cargo de las decisiones que tomamos, así la rueda gira y se repite cada cuatro años.
En el 2021 elegiremos a un nuevo presidente, esta vez en medio de una pandemia y de una de las mayores crisis económicas y sociales, no solo del Ecuador, sino del planeta. Los organismos multilaterales como el Fondo Monetario Internacional (FMI), Banco Mundial y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) estiman una contracción del 9% del PIB en la región latinoamericana y que la recuperación será parcial, es decir: lenta.
En este escenario, los postulantes a la presidencia del Ecuador deberían estar asustados, quién carajos quiere hacerse cargo de semejante problema, sin embargo, parece motivarlos, ya que no son pocos los que buscan el sillón en Carondelet. Hasta el momento se han calificado seis binomios, y mientras escribo este artículo, se procesan 11 solicitudes, sí, 17 candidatos para un país de 17 millones de habitantes, Ecuador, un país lleno de posibilidades.
La campaña electoral no ha arrancado oficialmente, pero ya vemos caravanas, eventos en barrios, fotos, spots y un sinfín de material propagandístico, sobre todo, en las redes sociales, que se han convertido en el nuevo espacio para debatir y mostrar la potencia de los candidatos. En las redes sociales los políticos no compiten con sus rivales, sino con millones de opciones de contenidos de lo más variopintos: gatitos adorables, memes, personas que enseñan cocina, videos de fútbol, etc. Lo que menos quiere el usuario es ver un perfil con fotos solo de una persona que no transmiten nada, tal vez, le regalarán un like porque la foto es atractiva, pero de ahí no pasará: el like no es un voto y menos un prospecto de votante.
En esta sociedad líquida[1] y mediatizada, los aspectos políticos ya no se validan de manera ideológica. Los votantes quieren celebridades y los políticos lo aceptan. No se vota por partidos, ni movimientos, sino por cómo es la persona. Los enunciados de izquierda o derecha calan poco en las sociedades. Ahora que un político haga Yoga, se tome una cerveza, disfrute de un fin de semana en la playa o haga las compras en un supermercado cala más en el electorado, que un discurso de dos horas en el cual ha citado a Marx o Adam Smith. Esta es la nueva realidad, para algunos banal, para otros subestimada, solo nos queda adaptarnos, ser responsables, debatir planes de trabajo, si quieren con memes, pero con sentido. Fomentemos la crítica constructiva y no la agresión sin sentido.
Falta mucho por decir, pero lo dejo para una próxima entrega.
Por: David Jiménez Abad
[1]Sociedad o modernidad líquida es un término acuñado por el sociólogo Zygmunt Bauman para explicar la nueva dinámica de las sociedades que están en una búsqueda constante de cambios.