Una frase trillada pero real, las mujeres somos en muchos de los casos discriminadas de muchas formas: por el físico, sino tienes talla 90-60-90 en una sociedad materializada donde para presentar tu CV debes poner la foto, edad, situación sentimental, y; en algunos casos te preguntan si estás embarazada o estás pensando hacerlo. Estas son algunas de las condiciones por las que muchas mujeres pasan y no queda ahí; si te preguntan la edad y pasaste los 30 ya te quedaste para vestir santos y peor aún sino has tenido hijos; o si estás soltera y eres amable se puede confundir con coqueteo; si te ven sola, la gente piensa que estas disponible o necesitada de estar con pareja, cuando muchas veces estar sola es sano también. Pensar que esa persona necesita a alguien porque así estipulo “la sociedad”, esa sociedad que te limita al temer “el que dirán”, esa es la realidad de nuestra sociedad y no hablo solo de una sociedad machista muchas de las veces las mismas mujeres son quienes critican y juzgan a otras mujeres; esa falta de madurez, sensatez, sororidad y el hecho de respetar que cada uno decide su vida, su destino.

No a todas las mujeres de estos tiempos les nace tener una familia, muchas mujeres se han realizado como profesionales, mientras otras decidieron viajar, algunas emprendieron y son auténticas empresarias, científicas, deportistas, políticas, candidatas; mientras que otras, decidieron ser madres y otras decidieron de forma distinta.

Pero somos presas de nosotras mismas por la falta de liderazgo, el miedo, el temor a equivocarnos o quedarnos atrás del resto, queriendo ser iguales, sin darnos cuenta que quizá que como mujeres debemos romper estos estigmas y dejar de sentirnos mal por no ser aceptadas por todos, por las decisiones que cada una emprende en su vida.

La discriminación puede ser en muchos más aspectos, pero todo va depender de nosotras mismas de nuestro amor propio, de la confianza en nosotras. He visto con tristeza amigas y conocidas destruirse por tomar decisiones a la ligera, por complacer a la familia, a la sociedad; mujeres atadas en relaciones tóxicas y nocivas, que en algunos casos les ha costado la vida, o en otros casos la infelicidad y el querer aparentar que todo está bien por mantener la imagen perfecta ante está sociedad. ¿Cuántos femicidios van desde la pandemia…? ¡Cientos! Cientos de hogares destruidos, cientos de niños huérfanos por querer mantener una imagen de la “familia feliz”. Ojo, con esto no quiero decir divórciense, sepárense, no; pero todo tiene un límite. Si ustedes ya hablaron, lucharon, fueron a terapia y esto no mejoró, no es necesario llegar a aceptar que vulneren su vida, su cuerpo, su parte emocional, y llegar a tolerar hasta los golpes o maltratos físicos o psicológicos que pueden terminar con su vida y repercutir en sus hijos quienes son las víctimas que crecerán en un ambiente de violencia y quienes replicarán estos patrones psicológicos cuando formen su familia.

Queremos una mejor sociedad libre de violencia, de acoso, de discriminación construyamos una y formemos hogares con valores, con principios donde enseñemos el respeto, el diálogo. La madurez emocional de una persona se forma en la niñez, se construye en la familia; no culpemos a la sociedad, no esperemos que las autoridades o gobiernos de turno nos cambien la vida. Si bien es cierto, tienen sus competencias y obligaciones, el cambio de mejorar la sociedad y tener un mejor futuro para nuestros hijos y futuras generaciones sí está en nuestras manos.

Desde nuestros espacios, casa, familia, barrio, trabajo, si vemos que alguien sufre algún tipo de violencia, acoso o discriminación pidamos ayuda o direccionemos a estas personas hay lugares de ayuda a donde pueden acudir o llamar al Ecu911, Secretaria de Derechos Humanos. Hoy en día contamos con casas de acogida y asistencia para personas que sufren violencia intrafamiliar o de género en lo Urbano; en lo rural, están las Tenencias Políticas que brindan información, asesoría y receptan las denuncias. Recuerden: “No están solas”, callar no es la solución, perdamos el miedo y levantemos nuestra voz, que nadie vuelva a decir “lo que callamos las mujeres”.

Por: Natasha Merchán

Relaciones Públicas

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